“Un año antes de que me detectaran cáncer en la encía, percibí un granito en mi encía inferior. Por eso, visité a varios médicos, pero ninguno me decía qué es lo que tenía. Cuando fui al doctor correcto, reafirmó mis sospechas: tenía cáncer. En ese momento me dije: ‘Por fin, alguien me dice lo que tengo’. Prefiero saber la verdad, antes de vivir en la incertidumbre.
Consulté si había solución y me dijo que sí. Luego de saber que aún había esperanza, pregunté si iba a perder la voz y me respondió que no. Recuerdo que me sentó frente a él y me explicó en un dibujo cómo iba ser la operación: esa acción me devolvió la tranquilidad. Lo más complicado que viví en el tratamiento fue la radioterapia, porque nunca había sentido tanto dolor en mi vida.
Cuando uno combate el cáncer, debe aprender a superar el dolor, como muchas cosas en la vida. Luego de la operación no podía hablar, así que retomé la comunicación por medio de hojitas de papel. Mis amigos cumplieron un papel transcendental en mi recuperación. La mayoría de mis amigas son enfermeras y jóvenes, y fueron gran apoyo. Además, las mujeres tienen mayor resistencia ante la adversidad y eso me inspiró a seguir de pie.
Lo primero que debemos hacer es chequearnos lo más que podamos, porque todo se logra cuando se actúa a tiempo. El plazo para revertir la enfermedad es muy importante. A las personas que viven esta situación les aconsejo que no se preocupen mucho, porque la naturaleza y el cuerpo son sabios. En el tratamiento rodéense de personas carismáticas e inteligentes. Todo se supera con una buena actitud y humor”.